Aunque Sión, ubicado a las afueras de los muros de Jerusalén, era el sitio del Templo, la montaña mística del capítulo 25 representa la unión celestial entre Dios y el hombre, caracterizada por la alabanza correcta. El conflicto desaparece, los enemigos tradicionales se reconcilian, y toda la humanidad es alimentada, no solo con sustento físico, sino con alimento para el alma. Sí, ciertamente: todos llevamos un corazón hambriento.
¿Existen montañas para escalar aquí en la ciudad de Nueva York? Sin duda. Cada semana, por obligación, y cada día, por invitación, subimos la montaña espiritual en la celebración de la Misa. Allí elevamos nuestro corazón y mente hacia el cielo, y Dios viene a nuestro encuentro. En la Eucaristía, somos un solo pueblo, de distintos lugares, reunidos en paz. Cantamos, no solo juntos, sino en armonía. En la Misa, nos alimentamos con "el banquete de comida abundante y los más finos vinos," una clara alusión al Santísimo Sacramento, una bendición para los peregrinos, que nos transforma y sostiene en mente, corazón y cuerpo.
El banquete está preparado. ¿Lo estamos nosotros? Al comenzar este lunes de la segunda semana de Adviento, la comunidad de la Catedral se reúne para celebrar la fiesta de la Inmaculada Concepción y abrazar el plan divino de paz de Dios. Que se cumpla la profecía en nuestro encuentro.